

“Nit de diojus” celebra su tradicional cena de Fin de Año.
Como manda la tradición, los componentes de la Asociación de Baile “Nit de dijous” celebramos el pasado viernes, día 26 de diciembre, la habitual cena de Fin de Año, a la que asistieron todos sus componentes “oficiales”. Por vez primera tuvimos el honor de contar con la asistencia de Mª Tere (alias “la casalera”).
Este año no pudimos celebrar tan magno evento en el casal de la Falla Antonio Molle debido a la falta de disponibilidad del local en fecha que pudiera acomodarnos, pero nos fuimos a un bar muy conocido en Mislata (famoso por estar al “costat” del parque de las Dos Tetas (y ya se sabe, tiran más dos tetas, que dos carretas).
Poco a poco y con puntualidad británica fueron asistiendo todos los componentes habituales y algunos agregados (más bien agregadas), cuestión que nos llena de orgullo y satisfacción en fechas tan señaladas (coño, parezco el Rey en el discurso de “Nadal”). Todos cargados con regalos y con una sonrisa de oreja a oreja. Para algunos/as la sonrisa reflejaba también su recién estrenado estado de semi-buenaesperanza (ja vorem en que acaba tot aixó).
De la cena, mejor no hablamos, así que mejor pasamos directamente al reparto de los regalos del amigo invisible, aunque en algunos de los casos la invisibilidad se tornó en corporeidad, puesto que algunos/as no pudieron aguantar el anonimato. Hubieron regalos de todo tipo, bisutería fina, complementos, mochilas, marroquinería, divanes-joyero, libros, corbatas cantarinas y hasta una botella de licor más vieja que alguna de las asistentes.
Después vino lo de… ¿”ande” vamos?, y nos tiramos un buen rato a la fresca decidiendo nuestro destino (¡huy! que melodramático me ha quedado esto). Al final, nuestro destino era Continental (como los desayunos), una sala de baile situada en un polígono de la Pobla de Vallbona. Enrique tenía una idea bastante aproximada de su ubicación, “asín” que, como venía en mi coche, tiramos delante. Y pasó lo que tenía que pasar, es decir, lo de siempre, que dimos más vueltas que un tonto para encontrar la sala dichosa. Hasta el polígono de la Pobla todo bien, pero ¡ah! amigo, una vez en el polígono ¿dónde estaba la sala…? Con la determinación que nos caracteriza nos pusimos a dar vueltas al polígono y a circular por todas sus calles y avenidas. Pasamos siete veces por las mismas fábricas, dimos unas veinte o treinta vueltas a las mismas rotondas, una y otra vez, subíamos por una calle y al momento volvíamos a bajar por la misma calle, pasamos por un “puticlú” (¿se escribe “asín” o qué?). Imaginaos, todo esto con la cola de coches detrás, Tere conduciendo cada vez más nerviosa y Enrique diciendo: “Si tiene que estar por aquí…” “Si se ve desde la autovía…” “No puede estar muy lejos…” En fin, que voy a contaros que vosotros no sepáis.
Dadas las horas que eran, evidentemente en el polígono no había un alma a quien preguntarle, por lo que la labor de búsqueda de la sala se complicaba y al final decidimos volver al “puticlú” a hacer indagaciones, probablemente el único sitio en todo el polígono con seres vivos a los que preguntar, ya que los perros de las fábricas no cuentan, y además, nuestra experiencia nos dice que cuando le preguntas a un perro por una dirección, casi ninguno lo tiene claro…
Lo dicho, paramos a la puerta del local del alterne y allá que te va el más decidido, o sea se, yo mismo. Al traspasar la puerta de entrada me sumergí en un mundo desconocido, lleno de luz y color, y de jamones con patas y de peras andantes, de música marchosa y de rincones íntimos. Me quedé boquiabierto, y creo que se me notó, porque cuando traspasé la cortinilla interior, todos los que allí habían se giraron para mirarme. Se paró la música y todas las miradas se clavaron en mí. Fueron unos segundos breves, pero intensos, en los que tuve que reaccionar a tiempo y recordar para qué narices había entrado en aquel antro. Una vez recuperada la compostura, me acerqué a la barra y la camarera me dijo: “Qué vas a tomar, chato? Evidentemente no se había fijado en el tamaño de mi nariz, pero la disculpo porque la luz no era demasiado intensa en la barra. Le pregunté por la sala de baile Continental, que debía estar por allí cerca y me dijo que no la conocía, pero que había un local similar calle abajo a mano izquierda, a una “cuadra” de distancia.
Trataba yo de procesar y entender lo de la “cuadra” cuando Toni entró para rescatarme de las garras del pecado y la perdición (por lo que se ve debí tardar demasiado en preguntar) y salimos los dos con la valiosa información obtenida. De modo que giramos a la izquierda y a menos de cincuenta metros allí estaba: “CONTINENTAL”, sala de baile, nuestro destino. Por cierto, un local maravilloso que nos encantó a todos y donde pudimos “exhibir” nuestras extraordinarias dotes de bailarines “pofesionales”. El local no estaba nada concurrido, pero había la gente suficiente como para tener el ambiente adecuado, incluso alguna que otra famosa (ver fotos). Total, que nos echamos unos bailes, nos tomamos una copa y, después de la foto de familia, que nos hizo el “barman”, cerramos el local y regresamos a casa.
En definitiva, una noche estupenda, en compañía de gente estupenda. No se puede pedir más. El año que viene… Dios dirá.
Como manda la tradición, los componentes de la Asociación de Baile “Nit de dijous” celebramos el pasado viernes, día 26 de diciembre, la habitual cena de Fin de Año, a la que asistieron todos sus componentes “oficiales”. Por vez primera tuvimos el honor de contar con la asistencia de Mª Tere (alias “la casalera”).
Este año no pudimos celebrar tan magno evento en el casal de la Falla Antonio Molle debido a la falta de disponibilidad del local en fecha que pudiera acomodarnos, pero nos fuimos a un bar muy conocido en Mislata (famoso por estar al “costat” del parque de las Dos Tetas (y ya se sabe, tiran más dos tetas, que dos carretas).
Poco a poco y con puntualidad británica fueron asistiendo todos los componentes habituales y algunos agregados (más bien agregadas), cuestión que nos llena de orgullo y satisfacción en fechas tan señaladas (coño, parezco el Rey en el discurso de “Nadal”). Todos cargados con regalos y con una sonrisa de oreja a oreja. Para algunos/as la sonrisa reflejaba también su recién estrenado estado de semi-buenaesperanza (ja vorem en que acaba tot aixó).
De la cena, mejor no hablamos, así que mejor pasamos directamente al reparto de los regalos del amigo invisible, aunque en algunos de los casos la invisibilidad se tornó en corporeidad, puesto que algunos/as no pudieron aguantar el anonimato. Hubieron regalos de todo tipo, bisutería fina, complementos, mochilas, marroquinería, divanes-joyero, libros, corbatas cantarinas y hasta una botella de licor más vieja que alguna de las asistentes.
Después vino lo de… ¿”ande” vamos?, y nos tiramos un buen rato a la fresca decidiendo nuestro destino (¡huy! que melodramático me ha quedado esto). Al final, nuestro destino era Continental (como los desayunos), una sala de baile situada en un polígono de la Pobla de Vallbona. Enrique tenía una idea bastante aproximada de su ubicación, “asín” que, como venía en mi coche, tiramos delante. Y pasó lo que tenía que pasar, es decir, lo de siempre, que dimos más vueltas que un tonto para encontrar la sala dichosa. Hasta el polígono de la Pobla todo bien, pero ¡ah! amigo, una vez en el polígono ¿dónde estaba la sala…? Con la determinación que nos caracteriza nos pusimos a dar vueltas al polígono y a circular por todas sus calles y avenidas. Pasamos siete veces por las mismas fábricas, dimos unas veinte o treinta vueltas a las mismas rotondas, una y otra vez, subíamos por una calle y al momento volvíamos a bajar por la misma calle, pasamos por un “puticlú” (¿se escribe “asín” o qué?). Imaginaos, todo esto con la cola de coches detrás, Tere conduciendo cada vez más nerviosa y Enrique diciendo: “Si tiene que estar por aquí…” “Si se ve desde la autovía…” “No puede estar muy lejos…” En fin, que voy a contaros que vosotros no sepáis.
Dadas las horas que eran, evidentemente en el polígono no había un alma a quien preguntarle, por lo que la labor de búsqueda de la sala se complicaba y al final decidimos volver al “puticlú” a hacer indagaciones, probablemente el único sitio en todo el polígono con seres vivos a los que preguntar, ya que los perros de las fábricas no cuentan, y además, nuestra experiencia nos dice que cuando le preguntas a un perro por una dirección, casi ninguno lo tiene claro…
Lo dicho, paramos a la puerta del local del alterne y allá que te va el más decidido, o sea se, yo mismo. Al traspasar la puerta de entrada me sumergí en un mundo desconocido, lleno de luz y color, y de jamones con patas y de peras andantes, de música marchosa y de rincones íntimos. Me quedé boquiabierto, y creo que se me notó, porque cuando traspasé la cortinilla interior, todos los que allí habían se giraron para mirarme. Se paró la música y todas las miradas se clavaron en mí. Fueron unos segundos breves, pero intensos, en los que tuve que reaccionar a tiempo y recordar para qué narices había entrado en aquel antro. Una vez recuperada la compostura, me acerqué a la barra y la camarera me dijo: “Qué vas a tomar, chato? Evidentemente no se había fijado en el tamaño de mi nariz, pero la disculpo porque la luz no era demasiado intensa en la barra. Le pregunté por la sala de baile Continental, que debía estar por allí cerca y me dijo que no la conocía, pero que había un local similar calle abajo a mano izquierda, a una “cuadra” de distancia.
Trataba yo de procesar y entender lo de la “cuadra” cuando Toni entró para rescatarme de las garras del pecado y la perdición (por lo que se ve debí tardar demasiado en preguntar) y salimos los dos con la valiosa información obtenida. De modo que giramos a la izquierda y a menos de cincuenta metros allí estaba: “CONTINENTAL”, sala de baile, nuestro destino. Por cierto, un local maravilloso que nos encantó a todos y donde pudimos “exhibir” nuestras extraordinarias dotes de bailarines “pofesionales”. El local no estaba nada concurrido, pero había la gente suficiente como para tener el ambiente adecuado, incluso alguna que otra famosa (ver fotos). Total, que nos echamos unos bailes, nos tomamos una copa y, después de la foto de familia, que nos hizo el “barman”, cerramos el local y regresamos a casa.
En definitiva, una noche estupenda, en compañía de gente estupenda. No se puede pedir más. El año que viene… Dios dirá.


(mi amiga Rita, la famosa)
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