En esta ocasión teníamos hoja de ruta marcada pero no teníamos las actividades programadas como en otras ocasiones, así que casi íbamos a ver qué tal salía la cosa. Pusimos rumbo a Calpe, puerto, con la intención de meternos en el cuerpo no una mariscada, si no “la mariscada”. Al llegar al puerto de Calpe pocos eran los chiringuitos abiertos y enseguida recalamos en “El camión” para negociar el contenido de “la mariscada”. Mientras los demás nos poníamos ciegos a sangría, chopitos y mejillones, Berto y Toni trataron de liar al “camata” de turno. Tanto es así, que al final tuvo que ser la dueña del local la que intervino en socorro del empleado, exhausto ya de tanta negociación y de tanto lío que le montaron al pobre hombre. Que si nos pones esto, que si lo otro, que si os meto aquello y os regalo lo de más allá. Yo los oía y no entendía nada de nada. Al final ya no sabía quién ofrecía más, a qué precio resultaba la comida, ni qué narices entraba en lo pactado. Pero eso era lo de menos, la negociación seguía y los demás zampando de gorra todo lo que la matrona del local nos ofrecía de todo corazón para beneficio de su bolsillo. Al final parece que sí, que se llegó a un acuerdo, no sé exactamente cuál, porque quedaron pendientes los postres y los “cafeses”. Por fin, después de cumplido el objetivo, los aguerridos negociadores pudieron saciar su apetito.
Llegadas las dos del mediodía, con una puntualidad que a los españoles sólo se nos conoce para sentarnos a la mesa, asaltamos “El camión” y nos subimos en marcha en una mesa al sol para disfrutar de la comida y del magnífico tiempo que hacía. Comenzamos lentamente; que si unas ensaladas, unos chopitos, unos “pescaítos” fritos…, todo ello regado convenientemente con sangría ligera, vino de la casa y cerveza de barril, a la espera de LA GRAN MARISCADA.
Y por fin llegó. Se acercaba el “camata” con una bandeja de impresión, llena de animales muertos de mar a la plancha (se adjunta foto como testimonio gráfico para que nadie diga que exagero). Al tiempo que depositaba la bandeja sobre la mesa todos pusimos cara de sorprendidos y exclamamos a coro un ¡ohhhhh! que se oyó hasta en Benimaclet. Enseguida calculamos las partes y servimos los platos. A partir de ese momento la conversación decayó bastante; sólo se oían alabanzas, loas y glorias al marisco y “rechupeteo” de dedos. Rematamos con un postre al gusto, unos “cafeses” a la carta y unos chupitos de mistela y manzana. ¡Menudo homenaje que nos dimos…!
Todo esto por lo que respecta a la comida propiamente dicha. Entre plato y plato, y al llegar el postre fue el tiempo de los “paisas” que vendían de todo. Al principio pasaron sin pena ni gloria, pero ellos, que son buenos comerciantes y tienen su propia estrategia de marketing, sabían que sólo era cuestión de insistir, de pasar y volver a pasar una y otra vez hasta que alguien picara primero. Y así fue. Tanto, tanto, que perdí la cuenta de los bolsos que algunas de las señoras presentes se llevaron a casa. Gucci, Dolce & Gabbana, Dior, Loui Vuitton, Carolina Herrera y Pedro del Hierro eran algunos de los imitados en el festival de bolsos, carteras, relojes y accesorios femeninos que ofrecían los “morenos”. Menos mal que la “pasma” se dejó caer casi al final de la comida. Creo que de no haber sido así, aun estaríamos dudando entre un Prada y un Armani… o quizás un Chloé.
Por fin llegamos al hotel. Nos instalamos y quedamos para “dotorear” cada rincón. Una vez satisfecha nuestra necesidad de fisgoneo, salimos a dar una vuelta y a tomar algo. Claro, hay que entenderlo todo, la comida dejó bastante que desear… Nos adentramos en una zona comercial y ¿adivináis qué pasó?... Efectivamente, más compras. Que si una toalla de diseño y colorines, que si unos zapatitos de baile. El caso es comprar algo. Al salir, mientras las chicas buscaban algún garito para tomar un tentempié, los chicos nos adentramos en el mundo de la ferretería profesional (¡Jopé, qué precios!) y salimos haciendo ¡fu! como los gatos escaldados. Al salir de la cueva de Alí Babá y los 40 principales nos unimos a las chicas, que degustaban unos refrescos y una ensaladilla rusa en una terracita cubierta, al calor de una estufa de exterior.
Cenamos casi a la hora de los “guiris” en el “buffet” del hotel. No estuvo mal la cena, aunque un poco asiática para mi gusto. Al terminar, tomamos café en el bar del hotel mientras daba comienzo el espectáculo de malabarismos y magia que tenía lugar. Pero como lo importante era el baile de gala, nos cambiamos y nos dirigimos al Gran Salón de Baile para disfrutar de la velada con la gente de la Asociación de Vecinos de Míslata. Pinchaba Toni y animaba Mariángeles. Nos integramos, más o menos, con el resto del grupo y disfrutamos de unos pasos a la luz de las velas (o casi…) Acabada la velada y con el pasodoble Valencia como telón de fondo fuimos invitados amablemente a abandonar el local para que cada uno se fuera “ande” le diera la gana. Nos fuimos con celeridad y prontitud, pues a alguno/a ya se le pasaba el arroz, y ya se sabe que el “arròs esclatat” no es plato de buen gusto.
Con estas llegamos a la habitación de Berto y Dori, cargados con varias botellas de cava y bombones a granel, donde, entre bromas y risas, pasamos un rato agradable; eso sí, algo cohibidos, por temor a que nos llamasen la atención desde la recepción del hotel. Afortunadamente no fue así y pudimos largarnos cada uno a su nido a poner el huevo correspondiente o lo que cada uno pudo poner. No hay que olvidar que el arroz ya estaba “esclatat”.
A la mañana siguiente, la hora del spa hizo que desayunáramos pronto. Así que, bien desayunados nos metimos en el spa “pa” darle a nuestros cuerpos serranos una alegría mañanera. Del frio al calor, de una a otra piscina, cambiando de chorros y de temperatura, acabamos más molidos que el café en el molinillo de mi abuela. Tanto es así que la excursión que queríamos hacer al faro la dejamos para la tarde y nos acomodamos en el jardín exterior, al lado de la piscina, para jugar una partida al Party & Co.
Pasada la comida y con el estómago lleno a reventar, lo más inmediato era hacer una pequeña siesta en los butacones de la cafetería del hotel. Y así fue. Al despertar surgió el dilema: ¿vamos o no vamos al faro? Que si es cuesta arriba, que si se tardan no sé cuántas horas en llegar, que si el spa nos había dejado algo “derringlaos “, o que si tengo mucha faena en casa…. Cualquier excusa era válida para no embarcarnos en una caminata cuesta arriba. No obstante, nos atrevimos a llegar hasta el primer puesto de avituallamiento en la subida al faro, donde nos bebimos una botella de cava y prometimos volver para subir hasta el final. Pero eso será en otra ocasión.
La vuelta a casa, sin detalles dignos de mención. La cena, ligera (sopa, leche y cereales, etc.)
Y así acaba otra de las salidas de los enamorados. La próxima, en 2012.
1 comentario:
HOLA LUISIN, ME GUSTA MUCHO LA CRONICA, COMO SIEMPRE GENIAL, PASAMOS UN BUEN FIN SEMANA, UNOS MÁS QUE OTROS, YO, O NOSOTROS FENOMENAL, AUNQUE LA GENTE SIGUE IGUAL DE DESAGRADECIDA, SIGUEN SIN PONER COMENTARIOS, PERO NO IMPORTA, NOSOTROS SEGUIREMOS ORGANIZANDOLO COMO SIEMPRE. BESOS Y A POR LA PRÓXIMA.
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