Estamos hartos de oír que lo que hace falta en este mundo de tanto estrés y tantas “moderneces” es más comunicación. Y como no me gusta que me tachen de persona poco comunicativa, aprovecho que estoy unos días de vacaciones para volver a publicar en el blog.
Comunicación, lo que se dice comunicación, hay. Lo que ya no está tan claro es la calidad de la misma. Más que cantidad lo que hace falta es calidad comunicativa. Me explico: antes teníamos sólo dos “cadenas” de TV (“La Uno” y “La UHF”), menos emisoras de radio, y un número limitado de periódicos y revistas en los kioscos de prensa; sin embargo, creo que había una mejor comunicación entre las personas, que es la que al fin y a la postre más nos interesa. Hoy en día, las cadenas televisivas se cuentan por cientos, las emisoras de radio por miles y las ediciones escritas parecen tener un número infinito de publicaciones, pero la gente se comunica peor.
Antaño, la falta de emisores hacía que la comunicación en general se considerara escasa y de pobre factura. Mucho hemos avanzado en nuestra sociedad en cuanto a emisores de comunicación se refiere, pero por otra parte, hemos perdido calidad en los receptores. Todos oímos, pero no escuchamos, quizá sea esto el quid de la cuestión. La vorágine en que nos sumerge la sociedad actual dificulta bastante que podamos y/o queramos ser buenos oyentes. Parece que sólo nos gusta hablar y hablar, incluso cuando el único oyente somos nosotros mismos. No reparamos en que el mensaje no llega al receptor, de modo que las cosas se quedan a medias.
Las prisas, el estrés, esa corriente que nos arrastra a diario y que no nos deja disfrutar de buenas conversaciones con el prójimo, son el caballo de batalla con el que debemos lidiar todos los días. Estamos inmersos en una dinámica de urgencia permanente, en la que va siendo cada vez más difícil mantenerse; sobre todo, porque acabaremos por no entendernos nadie. Cada uno va a su aire, hablando y hablando sin que nadie le escuche ni le preste la debida atención.
La comida rápida, los horarios apretados, las reuniones de trabajo, los “compromisos sociales”, las apariencias, la competitividad mal entendida y la exigencia de resultados a toda costa, influyen negativamente para conseguir una buena comunicación, y eso que hoy en día tenemos los mejores medios al alcance de todos. Sin embargo, no llegamos a entendernos unos con otros. Supongo que, la mayoría de las veces, porque la comunicación no es completa, dando por supuesto que el receptor del mensaje sabe o conoce nuestra intención, y por ello no nos molestamos en hacérsela saber. Así se producen los equívocos, las malas interpretaciones y la descoordinación total de la comunicación, y por tanto, de los hablantes; es decir, de todos nosotros.
En fin, que en esta época loca que nos ha tocado vivir, se echa de menos un poco de tiempo para conversar, para tomar un café charlando amistosamente, para comer disfrutando de la comida, saboreando los alimentos que generalmente engullimos, para interesarse por los demás, para conversar en familia, en pareja, en el trabajo, en el parque y hasta en el supermercado.
Necesitamos tiempo y tranquilidad para comunicarnos mejor. Igual las cosas no mejoran sensiblemente, pero nosotros, a buen seguro, nos sentiremos mejor.
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